«Julio César tenía una jirafa de mascota y usaba
perros para luchar en sus legiones»
La
historiadora María Lara repasa en ABC - en pleno aniversario del nacimiento del
dictador- el origen de las vacaciones de verano y las mascotas de los romanos en la antigua Roma. abc.es 14/07/2016
Julio César acepta la rendición de Vercingétorix
Año
tras año, esperamos ansiosos la llegada de los meses de julio y agosto por una
sencilla razón: las vacaciones
de verano. Y es que, a pesar de
lo agradable que puede ser el calor, todavía lo es más dejar a un lado la
rutina del día a día para coger el coche o el avión y pasar unos días en
cualquier lugar que se aleje de las zonas que tenemos más vistas.
Con
todo, hacer referencia a este tiempo de asueto nos plantea una serie de
cuestiones. La primera de ellas, cuándo se empezó a generalizar el
«cambiar de aires» y el «tomarse un respiro» en la Historia.
Por
ello, hemos contactado con María
Lara (escritora,
profesora de la UDIMA y Primer Premio Nacional de Fin
de Carrera en Historia) para que nos desvele el momento exacto en el que
empezaron las vacaciones de verano. A su vez, la experta también nos ha hablado
de las mascotas de la Antigua
Roma. Esos animales cuyo
cuidado, cuando viene el estío, generan algún que otro dolor de cabeza.
¿Cuándo
comenzaron a generalizarse las vacaciones?
En
época contemporánea, pero antes, en la Antigua Roma, ya se iban de vacaciones
aquellos que se podían permitir un nivel de vida más alto que el resto,
personas que disfrutaban de placeres que no estaban al alcance de todos los
ciudadanos como, por ejemplo, los propietarios de las villas. En
Hispania hubo unas cuantas de ellas, algunas conocidas desde hace tan sólo unos
años, como la que alberga el majestuoso mosaico de Noheda, en la provincia de Cuenca, con escenas mitológicas,
nupciales e infantiles.
¿Se
favoreció en Roma la existencia de las vacaciones?
En la
época de Adriano se construyó una extensa red de rutas y carreteras
comerciales. Durante los veranos, las familias patricias se desplazaban hacia
otros parajes. En mi novela histórica, "El velo de la promesa” (que ya va por la octava edición y ha
ganado el Premio "Ciudad de Valeria", el único centrado
en narrativa de inspiración romana) saco a la luz aspectos de la cotidianidad,
desde los sentimientos familiares a la indumentaria, pasando por las tabernas
de estas "carreteras" que eran utilizadas por aquellos que se iban de
vacaciones en aras de comer y pernoctar hasta llegar al
destino.
¿El
objetivo de esas posadas era únicamente servir a aquellos que se iban de
vacaciones?
No.
Generalmente eran usadas para dar de comer y albergar a los soldados que se
trasladaban de un lugar a otro durante las guerras o misiones de
consolidación de la frontera. Pero en el siglo II d.C., a partir del ascenso de
Adriano, y más adelante durante el Bajo Imperio, empezó a incrementarse
la movilidad geográfica, esto es, surgió un "turismo" que
ayudó a los hosteleros económicamente.
¿Cómo
viajaban los romanos?
Generalmente
en carros tirados por caballos. Su denominación era carruca. Los
más selectos de estos vehículos estaban recubiertos de “lapis specularis”,
una especie de cristal que era extraído en España (principalmente en las
canteras de Segóbriga) y que permitía a los que iban en su interior contemplar
el paisaje sin ser vistos. Así las damas romanas podían disfrutar contemplando
la naturaleza o el incesante ajetreo urbano sin verse expuestas a miradas
ajenas.
Carruca romana
¿Los
soldados solían tomarse vacaciones?
No. Ser
"miles", militar, implicaba una vida muy sacrificada. La
mayoría de estos hombres no podían volver a casa en mucho
tiempo porque las millas que separaban su hogar de las regiones que iban a
conquistar eran exageradas. Es preciso concienciarse de que, sólo en el
presente, hemos "roto" de algún modo las distancias.
¿Cómo
denominaban los romanos a las vacaciones?
En
latín las vacaciones eran “feriae”. Pero quizá sería más adecuado hablar
de ocio y de negocio: tiempo de descanso y tiempo de trabajo.
¿De
dónde proviene ese término?
Los etruscos
tenían las ferias latinas. De ellas viene ese vocablo de “feriae”. Se trataba
de unas fiestas anuales que instituyó Tarquino el Soberbio en el siglo VI a.C. Fue el último rey de Roma.
Este, para consagrar la alianza que había hecho con todos los pueblos del
Lacio, creó una fiesta bajo la advocación de Júpiter. Al principio, se
celebraban durante un día, pero con el paso de los años se extendieron hasta
cuatro en el monte Albano.
Ostia fue algo similar a una ciudad balneario
para los romanos
En
estos días de “feriae”, a los esclavos no se los obligaba a trabajar. Estas
fiestas tenían lugar en abril, aunque hay que tener en cuenta los cambios en el
calendario. Agosto es el mes de Augusto, primer emperador de
Roma. Fue elegido este mes para honrar al emperador porque en él venció a Cleopatra y Marco Antonio y entró triunfante en Roma.
Como Julio
César se había apropiado del quinto mes del año romano, llamándolo
julio, Augusto quiso tener otro mes y lo bautizó como él. Y, como quintilis
poseía en el calendario juliano (vigente hasta la reforma gregoriana de 1582)
31 días mientras que sextilis, 29, Augusto intervino sumando y
quitando días en el año para no ser menos que su predecesor en la gloria de la
Urbe y tener un mes de 31 días.
¿Hubo
alguna ciudad que destacara por ser un lugar muy deseado para pasar unas buenas
vacaciones?
La
ciudad de Ostia, Era
considerada la playa Roma y estaba ubicada en un rincón del Tirreno. Allí se
levantó una ciudad antigua al estilo de Pompeya. Era el lugar donde
el Tíber se fundía con el Mediterráneo. Se formo una colonia en el siglo IV
para proteger Roma, pero luego fue su principal puerto. Llegó a tener
50.000 habitantes y multitud de termas, es decir, que de algún modo ejerció
de ciudad balneario. Cuando el Imperio Romano entró en agonía quedó expoliada y
hasta la Edad Media no se volvió a reedificar.
¿Cuáles
eran sus destinos más habituales?
El
objetivo era cambiar de aires, por eso los honestiores (poderosos)
pasaban unas semanas de asueto en villas galas, hispanas o en casas cercanas al
Danubio... La finca, surcada por estanques, o decorada con los mejores
mármoles, estatuas y mosaicos, evidenciaba la fortuna del amo.
Afirma
que, al investigar, se ha encontrado con datos sumamente curiosos del día a día
de la vida de un romano en vacaciones ¿Podría contarnos alguno?
En
estas mansiones “de verano” los dueños avisaban con carteles a las visitas de
que había perros guardianes, algo por otra parte habitual en
la domus, la casa romana. Los perros se pusieron de moda entre las
clases más acomodadas para ser servidores del hogar. Por eso, los sabios
romanos advertían que los perros que fueran a guardar un caserío debían
ser grandes, con ladridos espaciosos, sonoros y de color oscuro (para
camuflarse por la noche). Los plebeyos disponían de gansos y ocas como
auxiliares en la vigilancia.
¿Tenían
los romanos afición por los perros?
Sí. La
afición de los romanos a los perros vino de la caza, que era una diversión ya
importante para los griegos. Por eso vemos a Artemisa o a Diana representadas
como cazadoras. También Marte, el dios de la guerra, iba seguido de perros molosos. Era una raza con fuerte musculatura muy
utilizada en el circo romano. Este mastín se constituyó en el fiel compañero
del gladiador y del legionario.
¿También
de los legionarios?
Si.
Julio César los conducía junto a él en el ejército, por ejemplo en la conquista
de las Galias. Se les procuraba entrenamiento de soldados. Algunos
de estos “canis pugnacis” portaban un collar dentado que mostraba su fiereza.
Como leemos en un pasaje de la obra Julio César de Shakespeare: "Grita ¡Devastación! y suelta
los perros de la guerra". Pero los ejércitos del Águila también
llevaban gatos. El objetivo era que, como había muchos ratones en
los campamentos y cuarteles de invierno, los felinos se los comían. Además de
que, tras el paso por Egipto, por su vinculación con Isis, era considerado el
gato un animal que simbolizaba la victoria.
¿Hasta
dónde llegaba el amor de Julio César por los animales?
Hasta
niveles desorbitados. Tuvo una jirafa como mascota. En uno de sus
viajes, Julio César se trajo de África en el año 46 a.C. a una jirafa y la
exhibió para disfrute de los romanos. Lo llamaron cameleopardo. Por
las manchas y por el aspecto pensó el pueblo que se trataba de una mezcla de
camello y de leopardo.
¿Hay
algún otro dignatario que tuviese una mascota extraña de esas que no se saben
donde dejar al estar de vacaciones?
Otro
emperador, Valentiniano, tenía dos osas enjauladas junto a su
dormitorio. Una se llamaba “Inofensiva” y otra “Lentejuela dorada”. A la
primera la devolvió a los bosques por sus muchos méritos. Mucho antes, Augusto
puso de moda los cuervos y los periquitos; el
segundo emperador, Tiberio, quien reinaba cuando se procesó a Cristo, tenía
una serpiente que alimentaba con su propia mano y el
histriónico Nerón poseía una pantera llamada Febea.
«Honorio adoraba a su gallina faranona, "Roma"»
Lo de
Calígula es sumamente extravagante: adornaba a su caballo Incitatus
con mantas púrpuras (color propio del César), su cuadra estaba salpicada de
perlas, para el corcel tocaban los músicos y, cuando iban huéspedes a cenar, el
jamelgo, y no su amo, era designado anfitrión. Por eso, a menudo cenaba en una
gran sala de banquetes con senadores y grandes dignatarios romanos.
¿Y
alguno que quisiese de forma desmesurada a su mascota?
Además
de Calígula a su equino, Honorio a su gallina. Poseía una gallina
faraona a la que llamaba “Roma”. Cuando la ciudad fue saqueada por los
godos de Alarico, el eunuco que estaba a cargo de la
gallina corrió a anunciarle el fin de Roma al emperador, pero este entendió que
hablaba del animal y se disgustó. Honorio repuso que cómo podía ser que hubiera
fenecido Roma si acababa de darle de comer. Cuando el criado le explicó que la
gallina estaba a salvo, que era la ciudad eterna la que se hallaba en peligro,
Honorio suspiró aliviado. Corría el año 410.
Volviendo
a las vacaciones: ¿Se tiene constancia de las vacaciones de algún personaje
famoso?
Si. En
mi novela histórica “Memorias
de Helena: Constantino, La cruz y el Imperio” narro el prodigioso viaje que Flavia Iulia
Helena (madre del emperador Constantino) hizo a Jerusalén en el siglo IV
a.C.
Se
desplazó desde Roma hasta Jerusalén. Fue por
las islas griegas, llegó a Siria y bajó con las caravanas aduaneras hasta
Judea. Como no escribió ninguna obra, he desentrañado su historia a partir de
las fuentes de la antigüedad tardía, monedas, inscripciones, etc., para después
contar sus vivencias en primera persona y que su historia, cargada de
sentimientos, sirva para cargar de optimismo, pese a las dificultades, al
lector del tercer milenio. Ha sido un trabajo de más de ocho años.
¿Hasta
qué punto fue difícil su viaje?
Efectivamente.
Uno se da cuenta a través de las crónicas de lo difícil que era ponerse en
marcha, y más si había una distancia tan prolongada como la que acometió
Helena. Entre las temperaturas, que eran elevadas, y las pocas
comodidades que se experimentaban durante el periplo, los viajes
terminaban estando reservados, como odiseas, a héroes y titanes, lo que en la
vida práctica equivale a los más valientes.
En el
caso de Flavia Iulia Helena, viajó con 76 años del siglo IV (era anciana porque
esta edad no se corresponde con la de hoy, la esperanza de vida era de la
mitad). Con tesón, Helena, la antigua tabernera que llegó a emperatriz tras el
repudio por parte de Constancio Cloro, enseña que hay lágrimas que esconden
alegrías: mandó excavar en el Gólgota y desenterró las reliquias de la
Pasión.
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