Antiimperialismo trasnochado
Cuando se desconoce la historia universal, por lo menos como ilustración, sino como parte indispensable de la cultura, se incurre en verdaderas aberraciones personales. No precisamente política, porque ésta requiere tener una cierta base cultural para hablar de ella y con mayor razón para aplicarla.
En
estos días, con no poca vergüenza nacional, estamos escuchando hablar de
antiimperialismo. Peor todavía, tratando de dar cursos sobre un tema que ha
pasado a la prehistoria.
Otra
cosa es que alguien o muchos diverjan y hasta repudien a los Estados Unidos,
pero de ahí a utilizar el supuesto antiimperialismo para adoctrinar a la
juventud es toda una expresión de incultura, por decir lo menos.
El
mundo de hoy no sería como el que conocemos si no hubiera habido el talento y
la capacidad de hacer poco menos de la nada toda una nación, a la que se
reconoce en todo lado como la mayor potencia del mundo. De manera que pretender
adoctrinar contra ella es una impostura, lindante con la ignorancia.
A
lo que en algún tiempo se dio en llamar imperialismo no fue producto de unos
millonarios o políticos ambiciosos que cayeron del cielo o subieron del
infierno para construir una gran nación y, de ahí, erigirla en una potencia
universal.
Los
chinos de la remota historia que por el azar conocieron el territorio de Norte
América, obviamente en esa época sin siquiera tener una identidad geográfica,
descubrieron un espacio territorial desconocido hasta entonces y encontraron a
gente mucho más atrasada y desposeída de algún progreso económico, mucho menos
cultural. En algún sentido, sin que precisamente fueran tales, históricamente
eran iguales a otros grupos humanos a los que se les puso el denominativo de
bárbaros.
Fue
en esas circunstancias que la vieja Europa, con mucha experiencia de vida ya
para entonces, de una y otra manera tenía pueblos organizados, bajo distintos
denominativos y ciertos parámetros raciales y geográficos.
Parte
de esa gente se lanzó a los mares y llegó a Norte América. Encontraron la
posibilidad de crear nuevo hábitat y se quedaron allí. En esos tiempos de
atraso político y social, hallaron una población muy atrasada y, efectivamente,
en algunos casos la sometieron.
Pero
estos emigrantes no fueron contemplativos con el suelo que lo pisaban y donde
tenían que encontrar nuevas formas de vida. Fue de esta manera que se dedicaron
a la agricultura y domesticaron a la poca ganadería que encontraron.
Individual
y familiarmente empezaron a intercambiar bienes, con lo que establecieron los
principios del comercio. Con el tiempo, su afán de trabajo, salir de la pobreza
y la influencia religiosa que traían, les hizo progresar, y ahí se asociaron
los pequeños negocios para hacerlos más prósperos.
Con
el tiempo, crearon riqueza, por esfuerzo, pero bajo ciertas normas religiosas,
como la honestidad, el cumplimiento y el respeto mutuo. Así, de esta forma,
siguieron creciendo los capitales, hasta constituirse en empresas grandes y
luego en corporaciones.
Este
es el origen de la riqueza y del imperio, como producto del trabajo, de la
disciplina, la honestidad, la puntualidad y el respeto en los compromisos,
mínimos y mayores.
De
esta manera, surgieron los Estados Unidos y pronto extendieron su influencia en
el resto del mundo. Este es el origen real del imperialismo. De ahí a pretender
ahora adoctrinar con el antiimperialismo es nada menos que una demostración de
primitivismo histórico. Además, si tanto se quiere hablar de imperialismo, es
como rechazar el capital, con lo que, seguramente, se quiere razonar y
justificar la conveniencia de la pobreza. Así de simple se puede extraer alguna
conclusión ligera sobre tamaño despropósito.
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