Rubén Darío.
Carta de Rubén Darío a Francisca Sánchez
desde París.
La sede de la
Biblioteca Histórica de la Complutense muestra manuscritos, facturas y cartas
que le enviaron Machado, Juan Ramón y, sobre todo, Francisca
Sánchez, su gran
amor español a la que llamaba «coneja» IRENE HDEZ. VELASCO Madrid 19/09/2016 06:42
Era un baúl
enorme, que pesaba como un muerto, y azul, el color por excelencia deRubén Darío. Dentro de él había de todo, un mundo
construido a través de multitud de pedazos: facturas de whiskies, poesías, recetas de cocina, recibos de coches de caballos, dibujos infantiles, afectuosas cartas de Manuel y Antonio Machado, análisis médicos, postales escritas de puño y letra por
Juan Ramón Jiménez, correspondencia de Emilia Pardo
Bazán, gastos en sombreros, cuentas de restaurantes, cartas firmadas
con apelativos cariñosos, misivas revelando las estrecheces económicas... Por
haber, dentro de ese arcón había hasta el código secreto empleado para enviar
telegramas a casa y hacer saber, con el mínimo gasto posible tanto en letras
como en dinero, si se andaba o no corto de parné. «Ma», por ejemplo,
significaba: «Mal. Envía lo que puedas».
Nada menos
que unos 5.200 documentos y escritos de todo
tipo contenía ese baúl. En ese cofre paquidérmico el último y gran amor de
Rubén Darío, la española Francisca Sánchez, fue guardando con devoción todos
los papeles sobre sus 16 años de vida con el poeta nicaragüense, creando un
gigantesco archivo que conservó con celo hasta más de 40 años después de la
muerte del poeta y que documenta como ningún otro las varias caras de Rubén
Darío. Desde su faceta más doméstica y privada hasta su proceso de escritura,
pasando por las relaciones que mantuvo con otros escritores, su trabajo como
periodista o sus misiones diplomáticas. Y ahora que en 2016 se ha cumplido el
centenario de la muerte de Rubén Darío y que en 2017 se
celebrarán los 150 años de su nacimiento, los tesoros de ese baúl
salen a la luz.
Ese Rubén
Darío a 360 grados se puede desentrañar en 'Una historia en
fragmentos de papel', la exposición que hasta el 22 de diciembre
acoge la sede de la Biblioteca Histórica de Universidad Complutense de Madrid,
en la calle Noviciado. La muestra se nutre de varios de los más de 5.000
documentos que Francisca Sánchez guardó durante años en el famoso baúl, que
antes de morir donó al Estado español.
Francisca Sánchez y su hijo 'Güicho'.
Recorrer la
exposición es un poco como mirar por el ojo de la cerradura ycontemplar a hurtadillas el universo más personal del poeta
modernista. Porque la muestra no sólo ofrece innumerables pistas
sobre su proceso de creación literaria, a través de cuartillas en las que se ve
lo que Rubén Darío tachaba y lo que no tachaba en sus poemas, los cambios que
realizaba aquí o allá. No sólo deja ver cómo eran sus relaciones con otros
poetas españoles e hispanoamericanos, con numerosas cartas que revelan el
profundo respeto y fascinación que Rubén Darío despertaba entre sus
contemporáneos. «Querido y admirado maestro»,
comienza por ejemplo una carta que le escribió Antonio Machado. «Mi admirado
amigo», le llama Emilia Pardo Bazán en otra misiva. Hasta Juan Ramón Jiménez,
famoso por su egocentrismo y por ser poco muy dado a los cumplidos, encabeza
una postal que le mandó en 1903 a Rubén Darío para darle las gracias por el
poema que le ha enviado para la revista Helios con un explícito «Querido
maestro». «Y para que Juan Ramón Jiménez se dirigiera en esos términos a
alguien es que tenía que respetarle enormemente», subraya sonriendo entre
dientes Marta Torres, directora de la Biblioteca Histórica Complutense y una de
las comisarias de la muestra.
Pero aunque
todo eso está muy bien, lo más fascinante es poder ejercer de voyeur y echar un
vistazo a la vida privada de uno de los genios del modernismo. «Sin duda, lo más apasionante de la exposición es que refleja la
vida personal y doméstica de Rubén Darío», admite Marta Torres.
Permite al visitante bajar al genio del pedestal y verlo simplemente como
hombre: en su casa, con su mujer y su hijo, con los apuros económicos que
sufría, los dispendios que se daba cuando tenía dinero... Ahí está por ejemplo
el famoso cuaderno de hule, una libreta de tamaño cuartilla con las tapas
forradas en negro que es una especie de universo en miniatura de Rubén Darío:
allí caben desde algunos de sus poemas como Canción otoñal (con sus debidos
tachones y correcciones) hasta dibujos infantiles realizados por el único de
los tres hijos que tuvo la pareja que sobrevivió o los deberes que el poeta le
ponía a Francisca, una mujer que era analfabeta cuando la conoció, o las claves
secretas que los dos empleaban para comunicarse por telegrama...
También hay
varias cartas de Rubén Darío a Francisca, muchas de ellas
encabezadas por apelativos cariñosos como «mi hijita» o «coneja» y escritas a
menudo durante los viajes que obligaban al poeta a separarse de su compañera.
Misivas que con frecuencia dejan ver las penalidades económicas que atravesaba
la pareja. «Querida coneja, haciendo un gran sacrificio
te mando cien francos. (...) Te quiere, tu conejo". Aunque
también en la muestra hay documentos que reflejan lo alegremente que gastaba
cuando tenía dinero, como la factura de 93 pesetas que en 1909 pagó a una
compañía madrileña de coches y caballos de lujo, las facturas en sastres y
sombreros o las cuentas en whiskies. Porque tan famosos eran sus abusos
etílicos que, de hecho, se dice que después de enviudar de su primera mujer se
casó con Rosario Murillo, conocida como la garza morena, cocido de whisky, sin
ser consciente de lo que hacía.
A Francisca Sánchez la conoció más tarde, después de que el
diario argentino La Nación le enviara como corresponsal a España para que
describiera la situación del país tras el desastre del 98. Un día, durante un
paseo en compañía de Valle-Inclán por la Casa de Campo en Madrid, Rubén Darío
vio a una chica de familia humilde que le fascinó. Era Francisca, hija de uno
de los jardineros que cuidaban de ese recinto. «Se reían y me echaban piropos.
Les obsequié unas flores. Las aceptaron. Después, a los dos días, los volví a ver.
Vino a visitarme. Otra vez les obsequiaba con flores. Me ofreció si quería dar
un paseíto por la Casa de Campo. Cómo no. (...). Me hizo varias preguntas. Le
contestaba. Después el amigo se separaba», recordaba la propia Francisca en una
entrevista que le hicieron cuando tenía 82 años, 59 desde de aquel episodio y
41 de la muerte del poeta.
Comenzó así una apasionada historia de amor y escándalo, en la que
Rubén Darío enseñó a Francisca a leer y
a escribir, trató por todos los medios (sin conseguirlo) de obtener el
divorcio de su segunda mujer para poder casarse con ella y que trajo al mundo
tres hijos, aunque sólo uno de ellos sobrevivió, Rubén Darío Sánchez, Güicho, a
quien nombró heredero universal en su último testamento, conservado junto a los
dos anteriores en el archivo de la Complutense. Pero la suya fue una relación
que duró hasta mucho después de la desaparición de Rubén Darío. Aunque
Francisca se casó tras la muerte de éste, jamás lo olvidó, y siempre conservó
su enorme archivo. «Fue su gran amor. Ella misma me lo
dijo con esas palabras», cuenta la periodista Rosa Villacastín, nieta de
Francisca y autora de La princesa Paca, la novela en la que recrea su historia.
Rubén Darío con 'Güicho', el hijo que
tuvo con Francisca.
¿Y cómo
era Rubén Darío como hombre?, le
preguntamos a Marta Torres. «Alguien muy complejo. Muy intenso. Y muy generoso.
Fue él quien en París prestó a Antonio Machado el dinero necesario para
regresar a España con Leonor, quien ya estaba gravemente enferma. Era muy amigo
de sus amigos».
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