Amor y esperanza tras el horror nazi
El escritor Péter Gárdos,
en Madrid.
El director de cine Péter
Gárdos publica su primera novela, 'Fiebre al amanecer', en la que relata la
historia de amor de sus padres basada en las cartas que
estos se escribieron
tras el Holocausto.- ROSA
SANTIAGO 26/09/2016
Tenía 10 años y un
compañero de clase con el labio leporino llamado Weiss. Cada día, a la vuelta
del colegio, Péter Gárdos (Budapest, 1948) y algún colega más le propinaban una
paliza al "raro". Una de tantas, el padre del cineasta húngaro le vio
por la ventana. Cuando le preguntó por qué azotaba con su cartera a ese pobre
chiquillo, el pequeño Gárdos le contestó que porque era judío. De repente, una bofetada hizo que Péter se
chocara contra el armario del pasillo. "¡Tú
también eres judío!", le gritó Miklós. Gárdos no olvidará jamás la
cara de su padre; sólo la vergüenza y el golpe.
Así fue cómo se enteró de
que era judío. Desde ese día nunca más se habló del tema. "Crecí en una familia muda, era el gran secreto", dice.
Durante toda su vida no conoció verdaderamente a su padre, no sabía nada de él.
Tres días después de la muerte de este, su madre, Agnes, le entregó dos
paquetes de cartas envueltas con sendos lazos de raso. En esas misivas se
mostraba la intensa correspondencia que sus padres habían mantenido desde sus
campamentos para enfermos tras el Holocausto nazi; una relación epistolar que
sirvió como bálsamo para curar las heridas de la guerra. De repente ese tema
tabú, esa presión oprimida se liberó, y su madre comenzó a hablar. "Los
recuerdos empezaron a salir a la superficie, el pasado de mis padres se me vino
de golpe", sostiene.
Con estas epístolas, el
cineasta ha construido en Fiebre al amanecer (Alfaguara) una narración emotiva,
de esperanza, una historia que empezó como un guion de película -se estrenó en
Hungría en diciembre del año pasado- y que ha terminado en libro.
Imaginemos la situación. Miklós
Gárdos, de 25 años, apenas pesa 30 kilos. En el campo de concentración de
Bergen-Belsen, 1.000 personas son cada día asesinadas. A 10 grados bajo cero,
con no más abrigo que sus uniformes de judíos y con un hambre atroz, los
prisioneros pueden conseguir cinco gramos más de pan para ese día. Lo único que
tienen que hacer es echar los cadáveres a una hoguera. Un oficial alemán dice
que levante la mano quien quiera ganar esos gramos de más. En ese momento Péter
imagina a su padre elevando la mano izquierda y dando un paso adelante. Un poco
de comida a cambio de echar a sus
compañeros a la incineradora. Quizás ahora entiende por qué su padre guardó
esos secretos bajo llave en lo más profundo de su ser.
En el otro lado está Lili
Reich (nombre ficticio de su madre en la novela). Tiene 18 años, pero jamás olvidará el viaje de 12 días en el
tren de carga que la llevó al Holocausto. En ese trayecto, una mujer
llamada Ergie guarda un bote de grasa de cerdo que le permite mantenerse en
vida. Tras varios días sin comer, algunas de las chicas que viajaban con ella
se abalanzan sobre la mujer y rompen el bote de cristal con la grasa. Las
mujeres, agachadas, comienzan a lamer el suelo. Lili, desde su esquina,
contempla el suceso, viendo cómo sus compañeras se llenan la boca de sangre.
Estas escenas de horror no
aparecen en el libro. A pesar de la crudeza de estas historias, Gárdos no ha
querido recrearse en el odio, sino hacer un relato de amor. "En las cartas
de mis padres no había ni rastro de tristeza. Había una fuerza interna tan
grande, un amor tan descarado que anulaba todo el horror que les rodeaba",
explica.
Cuando ambos consiguen
salir de los campos de concentración, son trasladados a un campamento para
enfermos en Suecia. A Miklós, afectado por una enfermedad pulmonar
irreversible, le quedan seis meses de vida. Empeñado en aferrarse a la vida y
encontrar esposa, pide una lista de las 117 jóvenes húngaras convalecientes en
distintos hospitales de campaña y escribe a cada una de ellas. A muchos
kilómetros de él, Lili decide contestar esa extravagante misiva para iniciar el
camino que uniría sus vidas.
Dado el trasfondo de su
novela, el escritor asemeja la situación de la Segunda Guerra Mundial con la
actual. "Me da vergüenza que mi país actúe de esta forma con los
refugiados. Hungría ha dado una respuesta muy insensible y cruel". Él
recuerda lo que su madre le contaba sobre las vallas eléctricas en los campos,
la cantidad de gente que se quemó intentando cruzarlas. Por eso critica esta
situación. "Si después de 1945 países como Suecia, Suiza o Inglaterra no
hubieran abierto sus puertas a enfermos yo no estaría aquí", señala.
A excepción de El Pianista
de Polanski, al cineasta no le gustan las películas que se han rodado sobre
este tema. En todas hay algo que le chirría. "Lo banalizan a un
cuento", apunta. Y vuelve a recordar a su madre, que le decía: "No tienen ni idea de cómo fue en
realidad. El horror no se puede contar".
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