El premio Nobel de Literatura fue creado para autores de «la obra más sobresaliente de tendencia idealista dentro del campo de la literatura» JESÚS GARCÍA CALERO
Decisión contestada en redes
Entrados en el mundo 2.0 donde todo se puede contestar, la decisión de la Academia también ha encontrado quien la ponga en duda. Las canciones de Dylan, como pocas, hay tenido una gran influencia cultural popular, y más que popular, pero su peso literario es discutible. Discutible por comparación si uno sopesa la treintena de obras de Philip Roth, las decenas que suman finalistas como Banville, DeLillo, Magris, Adonis, Wa Thiongo, Ko Un... o las obras que podríamos sumar si añadimos escritores que no figuran pero que están llamando a las puertas del Nobel como Dylan a las del cielo en su famosa canción: Norman Manea, Richard Ford, Cormac McCarthy, Adam Zagajewski... así a bote pronto. Abrir el premio a manifestaciones musicales como la que Dylan representa dispara la polémica. ¿Qué otros músicos/poetas/trovadores lo merecen antes de los mencionados?
No es una cuestión baladí. Los escritores, hay que recordar, suelen serseres solitarios, dedicados durante vidas completas a poner en pie a su propio riesgo una obra que -si nunca miraron con ambición directamente a los ojos del Nobel- suma al mérito literario una dignidad difícil de no tomar en cuenta. No merecen el Nobel por trabajar mucho ni por estar aislados. Pero sin duda no merecen que el Nobel desprecie o parezca despreciar ese empeño secular. Las letras de Dylan han pasado a la historia, pero no por su peso específico literario. Sin música no pueden sostenerse de igual forma.
El Nobel y su circunstancia
Bastaría recordar las circunsancias en las que llega el Nobel a Juan Ramón Jiménez, por ejemplo, en un momento en el que esa gran victoria de la gloria literaria por una obra inmensa le parece humo, sin valor, ante su esposa moribunda; o sin ponernos tan dramáticos, el maravilloso descubrimiento que el mundo hizo de Wisława Szymborska, el día que el premio anidó en algún cajón de su apartamento de Cracovia, lleno de cachivaches que le hacían una educadísima reverencia al reconocimiento, pero que se reían por lo bajinis del engolado recién llegado.
En realidad, Alfred Nobel dejo dicho que sus premios debían recaer «entre aquellos que durante el año precedente hayan realizado el mayor beneficio a la humanidad». Una de las partes de su fortura era para «la persona que haya producido la obra más sobresaliente de tendencia idealista dentro del campo de la literatura».
No necesitaba a Dylan
¿Es Dylan un candidato de dicho campo? No parece su más destacado logro. ¿Está aboliendo el canon la Academia Sueca? ¿Se ha vuelto comercial, busca ser popular?
Seguramente hay muchos elementos que sopesan nuestros académicos suecos al reunirse para fallar el Nobel. Y uno que no deben desdeñar es lo encumbrados que los tenemos. Casi nos gusta creer que son infalibles, que vigilan el canon con su arbitrio, que son sensibles a las tragedias culturales. Pero lo cierto es que su fallo es, como el de casi todos los premios, una elección arbitraria. Dylan no necesitaba el Nobel ni el Nobel necesitaba a Dylan para mantenerse ni para agrandarse, para que cada uno siguiera siendo lo que ya era. O puede ser que sí, que el Nobel necesitase a Dylan, en una búsqueda de impacto espectacular. ¿Se han cansado los premios de señalar talentos dignos de mayor conocimiento y se limitan a señalar lo que todos ya habíamos reconocido?
Votemos por el riesgo de equivocarnos. Que el Nobel asuma el riesgo de apostar más allá de lo evidente. Porque, a riesgo de parecer incorrecto, a pesar de que la admiración por el bardo pueda ser grande, creo que merece muchos otros premios (tiene el Príncipe de Asturias de las Artes, no el de las Letras), pero no el Nobel de Literatura. La polémica en las redes y fuera de ellas es significativa.
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