El libro impreso sobrevive en plena era digital a pesar de los negros augurios que despertó en 2007 la irrupción del ‘e-book’ 9 OCT
2016 - Periodista
JOSEBA ELOLA
La elegía del papel tendrá que esperar.
Los negros augurios que daban por muerto al libro impreso, ese vehículo de
ideas que cambió la historia de la humanidad, el más poderoso
Por mucho que los medios y plataformas
hablemos de lo nuevo, de lo que está por llegar, del último gadget tecnológico, luego está la tozudez de las
estadísticas. Y son bien claras, tanto aquí, como en Estados Unidos. Dos de cada tres personas siguen leyendo
los libros, sobre todo, en papel.
El deslumbramiento que produjeron los
nuevos dispositivos electrónicos de lectura se ha estabilizado. Dejaron de ser
moda para convertirse, eso sí, en un hecho, en un fenómeno que llegó para
quedarse. La amenaza que muchos editores veían a principios de siglo en el e-book ha cambiado de aspecto. Se esconde dentro
del móvil. Es el cambio de hábitos. Pero recordemos, antes de nada, cómo empezó
todo.
El entierro anticipado del libro
impreso tomó forma con el nuevo siglo. “El libro está
muerto, larga vida al libro”, proclamaba,
ufano, en mayo de 2006, el gurú Jeff
Jarvis, apóstol de la revolución digital que cargaba contra los libros por ser unidireccionales, por no
abrir puertas, por no incorporar enlaces, por ser demasiado largos. Idénticas
palabras utilizaba Jeff Gómez, voceador de la revolución dele-book, desde la portada del libro que publicó en
2007: El libro impreso está muerto: libros en nuestra era digital (Print Is Dead: Books in our Digital Age).
El entusiasmo digital ya embargaba
por aquel entonces a altos ejecutivos de la industria como Alberto Vitale, al frente de Random House a principios
de siglo. En el año 2000, Vitale pregonaba el fin del papel en el 26º Congreso
de la Unión Internacional de Editores, según recuerda un ilustre editor
español. El fantasma del libro electrónico ya sobrevolaba aquella cita.
Aparecía la inquietud en el gremio.
El bienio 2007-2008 se vistió de Kindle
y de Lehman Brothers, combinación letal (para el sector editorial tradicional)
que precipitó las visiones apocalípticas, la sensación de funeral. Las ventas
comenzaron a caer en picado, hasta el punto de llegar a esquilmar los ingresos
que genera el papel en un 30% con respecto a los años previos a la crisis. El
libro electrónico adquiría aspecto de verdugo.
Las ventas de obras impresas vuelven a
crecer después de años de caídas. Las de los libros electrónicos bajan en
Estados Unidos.
¿Qué está pasando?
¿Qué está pasando?
Pero la narración de la cacareada y,
supuestamente, inapelable desaparición del libro impreso admite quiebros. Y
aunque no se puede hablar de un gran cambio de tendencia, es momento de arquear
las cejas. Porviejuno, old school y voluntarista que pueda
parecer este planteamiento.
Las cifras que Nielsen BookScan ofrece
de Estados Unidos anticipan posibles escenarios futuros en el resto del mundo.
En 2015 se vendieron 571 millones de libros impresos, 17 millones más que el
año anterior. Y según la consultora Forrester
Research, el año pasado se vendieron
en EE UU 12 millones de e-books frente
a los 20 millones de 2011.
El pronóstico de que el libro
digital se comería la mitad del mercado no se ha cumplido. Copa el 25% de las
ventas. Eso, en Estados Unidos. En España, el libro digital, según los datos de
la Federación de Gremios de Editores, representa el 5,1% de la facturación
total del sector.
La cifra de negocio de las editoriales
españolas ha crecido un 2,8% en 2015, hasta alcanzar los 2.257,07 millones de
euros. Así han quedado confirmados los tímidos crecimientos que ya se apuntaban
en 2014. La venta de libros en librerías tradicionales creció en un 5,6%.
Leer es sexi, proclama una revista desde
su portada. Nuevas librerías independientes, muchas de ellasboutiques, y bares, abren sus puertas. Se editan
libros que son un canto al papel, como Paper. Paging Through History (Papel.
Hojeando la historia), Norton, 2016, donde Mark Kurlansky asegura que el papel
nos guiará a lo largo del siglo XXI (y donde recuerda que entró en la Europa
cristiana a mediados del siglo XII a través de España). O un canto al propio
libro, como The Book: A Cover-to-Cover Exploration of the
Most Powerful Object of Our Time (el libro: una exploración,
portada a portada, del objeto más poderoso de nuestro tiempo), editado en
agosto de este año, donde Keith Houston reivindica este tótem vertebrador de la
cultura.
El bienio 2007-2008 se vistió de Kindle y
de Lehman Brothers, combinación letal (para el sector editorial tradicional)
que precipitó las visiones apocalípticas, la sensación de funeral.
Más allá del hype, del momentum, o del
respiro en la caída, parece que el papel aguanta el vendaval digital. ¿Cómo es
eso posible con la que está cayendo?
Los editores de libros, que este mes
tienen dos grandes citas por delante (Liber, del 12 al 14 de octubre en
Barcelona; y la Feria de Fráncfort, la más importante del mundo, del 19 al 23),
explican que el repunte de cifras obedece a que la crisis ahoga menos ahora que
en 2008. Y, claro, luego está el papel.
Se retiene mejor cuando se lee un libro
impreso, señalan algunos científicos (otros no son tan tajantes). Why the Brain Prefers Paper (por qué el cerebro prefiere el
papel), publicado por Scientific
American en octubre de 2013, dice que
las pantallas (tabletas, ordenadores, teléfonos) pueden inhibir la total
comprensión del texto, que distraen al lector. La investigadora Maryanne Wolf,
de la Universidad de Tufts, Massachusetts, sostiene que el papel presenta
grandes ventajas y permite una mayor memoria visual.
El 92% de los universitarios se concentra mejor leyendo en
papel. Es lo que concluía, tras consultar con 300 alumnos de universidades de
Estados Unidos, Japón, Alemania y Eslovaquia, Naomi S. Baron, profesora de
lenguaje en la American University que presentó sus conclusiones en el libro Words on Screen: The Fate of Reading in a Digital World (palabras
en la pantalla: el destino de la lectura en el mundo digital), publicado por
Oxford University Press en 2015. Álvaro Bilbao, neuropsicólogo, autor de Cuidar el cerebro, sostiene que poder tocar, oler,
sentir el peso del libro, experimentar que uno avanza según pasa las páginas,
puede resultar más placentero. “Aquellas cosas que despiertan nuestros sentidos
hacen que se active el hemisferio derecho del cerebro, que está más relacionado
con el mundo de las emociones”.
“El ritmo de los cambios tecnológicos
siempre es más lento de lo que la gente tiende a creer”, afirma Michael
Bashkar, editor de la rama digital de Profile Books
El fetichismo, la belleza del objeto,
ese placer tan vieja escuela de recorrer la
librería, las librerías. La lista de motivos que hacen que el papel siga
vigente crece conforme se contrasta con lectores, editores, escritores. El
placer de coleccionar, las anotaciones al margen, las flores secas o pasajes de
avión a modo de marcapáginas, lo bien que quedan en el salón, el mensaje que
portan cuando son regalo…
El aguante del papel también se explica,
tal vez, porque estamos tan solo en los albores de la revolución digital. “El
ritmo de los cambios tecnológicos siempre es más lento de lo que la gente
tiende a creer”, afirma Michael Bashkar, editor de la rama digital de Profile
Books y autor de La máquina del contenido, libro
en el que traza un futuro en que los intermediarios desaparecen y las
tecnologías conectan directamente a autores y lectores. “No creo que veamos el
fin de los libros impresos”, añade, “son objetos materiales, deseables, siempre
estarán ahí. Soy un adicto a los libros, tanto impresos como electrónicos”.
La televisión
no mató a la radio. El papiro y el pergamino coexistieron durante siglos en el
antiguo mundo mediterráneo. Al final, todo apunta a una coexistencia de
formatos, a un ecosistema en el que ahora irrumpe con fuerza el audiolibro. El
papel aloja mejor el universo cerrado que promete una gran novela; la tableta
(que arrincona poco a poco al libro de bolsillo) es puerta de entrada cada vez
más habitual para la literatura de género, romántica, erótica, para los
autoeditados.
La amenaza para el libro impreso no es,
por tanto, tal y como se pensaba hace diez años, el libro electrónico. Los
competidores viajan en el teléfono móvil, el problema es el cambio del modo en
que vivimos.
La amenaza para el libro impreso no es el
libro electrónico. Los competidores viajan en el teléfono móvil, el problema es
el cambio de hábitos.
En los autobuses y en el metro se ve a
poca gente leyendo un libro. El humano viaja con la cabeza gacha, mirando su
pantalla, visionando por enésima vez las fotos, compartiéndolas, comentándolas,
intercambiando mensajes, interactuando. Así se siente acompañado, arropado en
todo momento, así se vacuna a golpe de tecla contra la (¿tarde o temprano ineludible?)
soledad.
Instagram, Twitter, Facebook. Esas
plataformas sí que han venido a ocupar tiempo de ocio (y de trabajo). Una de
las víctimas colaterales es el libro, el viejo amigo. “Las redes sociales sí
son un enemigo claro de la lectura”, dice sin ambages el editor Luis Solano, de
Libros del Asteroide.
Vamos a toda prisa, de un lado para
otro. La lectura reposada y atenta cada vez casa menos con los nuevos ritmos.
La complejidad de un cierto tipo de vida contemporánea, la del urbanita
hiperconectado, la velocidad a la que vivimos como consecuencia de la
agilización de las comunicaciones, que multiplican la vida social, el
intercambio de ideas (¿y la tontería?), entre otras muchas cosas, ha dejado un
menor espacio para el recogimiento que requiere un libro. Pero ese viejo
objeto, cosas de la vida, sigue vivo.
Al fin y al cabo, como dicen que decía
Groucho Marx (y aunque resulta que hay serias dudas sobre la autoría de esta
cita, la frase, indudablemente, tiene el aroma de su puro): “Fuera del perro,
el libro es el mejor amigo del hombre. Y dentro del perro está demasiado oscuro
para leer”.
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