El gobernador romano que le condenó a la crucifixión sigue siendo un
misterio histórico GUILLERMO
ALTARES Madrid 12 ABR
2017
El
actor Jean Maris representa a Poncio Pilatos en la película del mismo nombre.
Poncio Pilatos es un personaje fundamental en la tradición Occidental, un actor crucial en la muerte de Jesús, que los católicos conmemoran en Semana Santa.
Pero los
historiadores disponen de pocos datos confirmados sobre el hombre que, según el
Evangelio de Mateo, se lavó las manos antes de enviar a Cristo a la
cruz. La única
prueba arqueológica de la existencia del Gobernador es una inscripción
descubierta en los años sesenta en la ciudad romana de Cesárea Marítima,
actualmente en Israel. El resto es leyenda, relatos
contradictorios que se mueven en el resbaladizo terreno entre la historia y la
fe.
Sin embargo,
sus gestos, sus palabras, sus actuaciones están profundamente ancladas en
nuestra forma de ver el acontecimiento sin el que no se puede entender nuestra
historia. Pilatos se ha convertido en el arquetipo de la duda política, el
hombre que, más por omisión que por acción, toma una decisión trascendental y
equivocada, el dirigente que se esconde de sus responsabilidades. Pero, de
nuevo, como la mayoría de los hechos que rodean la muerte de Cristo, la
tradición pesa mucho más que la historia, porque apenas existen fuentes, fuera
de los Evangelios, que corroboren el relato, ni tampoco documentos de la época romana.
Pilatos era prefecto de Judea, un detalle
importante ya que implica que tenía un rango militar, que su responsabilidad
iba más allá de la recaudación de impuestos
La piedra
caliza, de 82 centímetros por 68, nos ofrece su nombre, Pontius Pilate, y su
título, Praefectus Judaea, prefecto de Judea, un detalle importante ya que
implica que tenía un rango militar, que su responsabilidad iba más allá de la
recaudación de impuestos. En la inscripción aparece además el nombre “divino
Augusti Tiberieum”, el emperador Tiberio. El resto se ha borrado. Está fechada
entre los años 26 y 36 y fue descubierta en 1961 por el arqueólogo italiano
Antonio Frova y se conserva en el Museo de Israel, en Jerusalén.
“Hasta
entonces no se había encontrado ninguna evidencia arqueológica de que Poncio
Pilatos, el quinto gobernador de Judea, hubiese existido ni siquiera”, escribió
la autora de no ficción Ann Wroe, cuyo estudio sobre el administrador romano se
titula significativamente Pilate: the biography of an
invented man (Pilatos, la biografía de un hombre inventado).
“Teníamos varios relatos sobre él, naturalmente, y no solo los que aparecen en
los Evangelios. Pero todos los archivos de su administración han desaparecido:
no queda ningún papiro, ninguna tablilla, ninguna carta de Roma”, prosigue esta
ensayista, actualmente responsable de una de las mejores secciones de la prensa
internacional, los obituarios de The Economist.
El de Wroe es
uno de los trabajos importantes sobre Pilatos que se han publicado en los
últimos años (aunque todavía no han sido editados en castellano), junto al
ensayo del erudito italiano Aldo Schiavone titulado Poncio Pilatos y la novela de investigación The Further Adventures of Pontius Pilate, de Kevin
Butcher, profesor de la Universidad de Warwick experto en la época romana en
Oriente Próximo.
Preguntado
sobre lo que sabemos acerca de Pilatos, el profesor Butcher responde por correo
electrónico: “Tenemos muy pocos datos. Existen tres fuentes textuales
principales: Flavio Josefo, Filón de Alejandría y los Evangelios. Las tres
manejaban sus propias ‘agendas’. Filón y Josefo son hostiles a él, aunque
Josefo un poco menos. Pero los dos quieren demostrar la incompetencia y
brutalidad del gobierno romano de Judea. Los Evangelios, en cambio, enfatizan
la ‘inocencia’ de Jesús porque Pilatos nunca llega a decir que es culpable. El
problema es que, si juntamos las tres fuentes, no aparece un personaje muy
coherente: nos encontramos con alguien leal al emperador, que trabajaba con los
líderes judíos pero que estaba preparado para utilizar la fuerza cuando fuese
necesario. No mucho más”.
“Pilatos nunca había necesitado anteriormente
lavar sus manos antes de dejar que corriese la sangre. El relato tradicional no
parecer ser cierto”, según indica el historiador Sebag Montefiore
También es
citado por el gran historiador romano Tácito, en uno de sus pasajes más
célebres: “Cristo, de quien toman el nombre, sufrió la pena capital durante el
principado de Tiberio de la mano de uno de nuestro procurador, Poncio Pilatos”
(Traducción de Crescente López de Juan en la edición de Alianza Editorial). Por
otro lado, algunos historiadores han puesto en duda la autenticidad del famoso testimonium Flavianum de Flavio Josefo, el pasaje
de su libro Antigüedades judías donde
habla de un hombre extraordinario al que sus partidarios llamaban Cristo que
fue acusado ante Pilatos. Se trataría, según esta hipótesis, de fragmentos
añadidos posteriormente por algún monje medieval. Sobre su final, no tenemos
ninguna información contrastada. Es llamado a Roma por Tiberio en el año 36,
pero llega cuando el emperador ha muerto y su rastro se pierde bajo Calígula.
No todos los
Evangelios ofrecen el mismo relato del papel de Pilatos en la condena a muerte
de Jesús –por ejemplo, el acto de lavarse las manos aparece solo en Mateo–,
pero tienen un punto crucial en común: el gobernador no quiere decidir la
suerte del reo. Primero se lo envía al rey judío Herodes (episodio que solo
relata Lucas) y luego deja que sea el pueblo quien decida si libera a ese
hombre –contra el que Roma no tiene ninguna acusación– o al ladrón Barrabás.
Cuando el pueblo se pronuncia en contra de Cristo, es llevado a la cruz.
Una de las pocas cosas en las que todas las fuentes
están de acuerdo es que soldados romanos mataron a Jesús con un castigo
romano –la
crucifixión– y, por lo tanto, el responsable último tenía que ser el gobernador
romano de Judea, Poncio Pilatos. La famosa frase de Mateo 27:24 sería una
invención o, por lo menos, no existe ninguna otra fuente que la corrobore, ni
ningún otro caso similar documentado en la antigüedad romana del uso de este
símbolo al final de un proceso: “Y viendo Pilatos que no conseguía nada, sino
que más bien se estaba formando un tumulto, tomó agua y se lavó las manos
delante de la multitud, diciendo: ‘Soy inocente de la sangre de este justo”.
La imagen del político vacilante es la que ha
prevalecido, es el personaje que se ha instalado en el imaginario occidental.
Sin embargo, como escribe Simon Sebag Montefiore en el capítulo que dedica a la
pasión de Cristo en su ensayo Jerusalén, “el
violento y obstinado Pilatos nunca había necesitado anteriormente lavar sus
manos antes de dejar que corriese la sangre. El relato tradicional de la
sentencia en los Evangelios no parece ser cierto”.
“Lavarse las
manos después de una condena no era una práctica habitual en un juicio romano”,
explica el profesor Butcher. “No quiero decir que nunca ocurriese, pero la idea
detrás de ello es que Pilatos reconoce que Jesús está siendo condenado de forma
injusta y el agua limpia su culpa. Todo indica que forma parte de la tradición
que pretendía culpar a los judíos de la crucifixión antes que a los romanos”.
La acusación contra los judíos, que ha propiciado siglos de antisemitismo,
tenía un propósito claro: los Evangelios fueron escritos después del año 70,
cuando el cristianismo tenía como objetivo crecer en Roma, y acusar a un
gobernador romano, al representante del emperador, del mayor crimen posible, el
asesinato del hijo de Dios, no era un buen comienzo.
Por ejemplo,
en el Evangelio de Pedro, un texto apócrifo del siglo II –más tardío que los
Evangelios canónicos– del que solo se conserva un fragmento, los soldados
romanos ni siquiera participan en las torturas a Jesús. De nuevo, el mito, la
agenda política se impone sobre la certeza documental que se limita a una
mínima inscripción en una piedra caliza. Pero el poder del símbolo es mucho más
fuerte que cualquier evidencia. Pilatos nunca podrá dejar de ser el hombre que
se lavó las manos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario