Afirmaciones demostrablemente
falsas se multiplican en las redes sociales. El
valor de las certezas se ha esfumado en manos de demagogos. JAVIER AYUSO 16 OCT
2016 - El País.com
Trump en
las pantallas del media center en debate presidencial en la universidad
de Hofstra.
La mentira y la
falacia son los dos grandes enemigos de la política, del periodismo y, en general, de la convivencia humana. Y, de un tiempo a esta parte, Internet, las
redes
sociales y el populismo han matado la verdad, creando una sociedad en la que cualquier afirmación se convierte en realidad, aunque sea falsa; cualquier acusación trasciende, aunque sea calumniosa; y las medias verdades y las medias mentiras se han convertido en los ejes del debate público, agitadas por la mayor maquinaria de propaganda jamás conocida: la Red.
sociales y el populismo han matado la verdad, creando una sociedad en la que cualquier afirmación se convierte en realidad, aunque sea falsa; cualquier acusación trasciende, aunque sea calumniosa; y las medias verdades y las medias mentiras se han convertido en los ejes del debate público, agitadas por la mayor maquinaria de propaganda jamás conocida: la Red.
¿Puede el candidato a la presidencia de Estados Unidos Donald Trump
decir que el actual presidente, Barack Obama, nació fuera del país y que no
pase nada? ¿Puede el presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, afirmar sin
pudor que hay una conspiración mundial contra él sin que se le caiga la
cara de vergüenza? ¿Puede Mariano Rajoy negar una y otra vez la existencia
del rescate europeo a España? ¿Puede el exdirigente de Podemos Juan Carlos
Monedero decir que el ascenso de su partido en las elecciones europeas de 2014 forzó
la abdicación del rey Juan Carlos y quedarse tan ancho? ¿Pueden los
líderes del independentismo catalán asegurar que fuera de España seguirían
en la Unión Europea sin que nadie les ponga en su sitio? ¿Pueden los partidos
ultraderechistas europeos afirmar que los refugiados que huyen de las
guerras de Siria o Afganistán son terroristas emboscados y que sus
seguidores les crean? Lamentablemente, sí.
El populismo, de derechas, de izquierdas o puramente nacionalista,
empezó hace tiempo faltando al respeto a la realidad y ha conseguido crecer
sobre la base de falacias que les sirven para cumplir su objetivo de llegar al
poder o mantenerse en él. De nada vale que Obama presente su certificado de nacimiento, que los
venezolanos expresen su deseo de libertad, que las cuentas del Estado recojan
el rescate financiero a España, que la historia demuestre que la preparación de
la abdicación del Rey se inició meses antes de que Podemos se presentara a unas
elecciones, que Bruselas asegure que Cataluña fuera de España quedará
excluida de la UE, o que las fotos de la tragedia y la indignidad demuestren
que los cientos de miles de refugiados no vienen a Europa a matar sino a evitar
morir.
La verdad está reñida
con el populismo, que campa a sus anchas ayudado por los nuevos canales creados
en torno a Internet. Cientos, miles de activistas, lanzan sus mensajes en
periódicos digitales, blogs y, sobre todo, cuentas en redes sociales, como un
martillo pilón que golpea una y otra vez contra la realidad, hasta que
consiguen destruirla.
El matonismo digital
es, hoy por hoy, una profesión de futuro muy vinculada a los movimientos
populistas de uno u otro bando. Las huestes de Podemos, o de los independentistas, acuden al combate en redes sociales cuando
reciben el mandato de atacar sin piedad a un político, a un periodista, a un
líder de opinión o a un ciudadano de a pie que ha osado criticar a uno de sus
líderes, o que simplemente piensa distinto que ellos. El insulto, la calumnia y
la mentira son las armas que utilizan para destruir al contrario, la mayoría de
las veces desde un anonimato cobarde y en el que todo vale.
En el otro lado, el nacionalismo español más rancio ha entrado también en
la difamación en redes sociales. Ya en la campaña para las elecciones
municipales distribuyeron documentos falsos sobre las intenciones de algunos
candidatos a las principales alcaldías de España. Se hablaba de convertir
clubes de deportes en granjas escuela o tonterías similares. Y, hace muy poco,
activistas de la más rancia caverna lanzaron la burda mentira de que el
futbolista catalán Gerard Piqué se había recortado las mangas de la
camiseta de la selección nacional para quitarse la bandera de España de
encima. De nada sirvieron las explicaciones y las fotos que demostraban que la
camiseta de manga larga no lleva la bandera. El mal estaba hecho. Una vez más,
una mentira repetida muchas veces (infinitas con la ayuda de las redes
sociales) se convertía en verdad y en arma arrojadiza contra tu enemigo.
Pero la mentira no es
solo patrimonio de la política. Muchos medios de comunicación también han
sucumbido ante la seducción de crear una realidad que sirva a sus intereses. No
todos, por supuesto; como tampoco todos los políticos, sociólogos o
historiadores se han dejado llevar por la atracción fatal de la falacia
(argumento que parece válido pero que no lo es).
La irrupción de
Internet en el periodismo ha hecho un daño irreparable a una profesión ya
de por sí muy castigada por la crisis económica y por las presiones de los
poderes públicos y económicos. La esencia para ser un buen periodista se
puede definir como buscar una noticia, contrastarla, valorar si es relevante y
convertirla en una historia bien contada. Aunque en esos cuatro pasos que
parecen sencillos es muy fácil faltar el respeto a la verdad, que es el
principio fundamental de un buen informador.
La Red es un canal infinito e histérico que somete a una presión infernal
al periodista. Yo he trabajado algunos años en agencias de información en donde
se decía que las noticias quemaban en las manos y que había que lanzarlas al
hilo lo antes posible; pero nunca se hacía sin contrastarlas con las tres
fuentes obligatorias. En el mundo
de Internet, las noticias no queman, explotan. Y muchas veces, demasiadas, se publican sin el nivel de contraste
suficiente: O sea, sin fiabilidad (eso, sin contar las noticias que se publican
a sabiendas de que no son ciertas). Del periódico digital pasan a las redes
sociales, y de éstas, a otros medios que las retroalimentan como si las
hubieran contrastado.
Nadie está exento de
esa fiebre que provocan las visitas, los usuarios únicos y la dura competencia.
Por eso, muchas veces se retuercen los titulares para conseguir más lectores,
convirtiéndolos en una parodia de lo que realmente dice la noticia. Luego se
tuitean, se retuitean y los comunicadores de radio y televisión los comentan, y
los tertulianos los sacan punta, y los columnistas los dan la vuelta… Al final,
la verdad, si es que hubo algo en su origen, se va desmigando poco a poco,
convirtiendo la noticia en un rompecabezas mal montado y con figuras deformes.
Desgraciadamente, el kilo de verdad cotiza a la baja en el mercado.
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