ETIQUETA NEGRA 132 .- abril 24, 2016.- Una carta de Julio Villanueva Chang
En una pareja, dos casi siempre son tres.
A menudo habrá un tercero en la sombra que dramatice la convivencia del par, la
manzana de la discordia, el tercero maldito. Durante una época fui el
tercero. Miento: siempre fui el tercero. Incluso cuando no había un
segundo, fui el tercero. Uno anda por ahí enamorándose de la mujer del otro, o
de la mujer de la otra o del hombre del otro, marcando casi siempre el número
equivocado.
Pero, cuidado: ni las mujeres son tan
monógamas ni los hombres son tan polígamos. Hay que admitirlo: somos polígamos
por naturaleza. Es decir, podemos ser monógamos, pero por biología somos
polígamos. Eso es lo natural y sobra literatura científica: léase El mito de la monogamia , de
Barash y Lipton. Quedan entonces dos modos de atarse a un amante: el método
Houdini y el método Ulises. Consiste en elegir entre un par de nudos para
atarse. Houdini fue ese mago que se encadenaba de cien maneras sólo para
demostrarle al público que siempre iba a poder desatarse; Ulises fue aquel
viajero que se ató al mástil de su barco para resistir los cantos de sirenas y
demostrar que no quería desatarse (de su fidelísima Penélope, quien a su vez se
había atado a Ulises tejiendo un sudario con un hilo inacabable).
En nuestra vida, siempre habrá una Penélope
o un Ulises, pero por cada uno de ellos habrá millones de Houdinis. Por una
época, jugué a ser Houdini: me até a mujeres sólo para probar que podía
librarme de ellas, o que ellas podían librarse de mí. En otro tiempo jugué a
ser Ulises, pero unos tentadores cantos de sirena a veces me vencían. El título
de un ensayo de Pascal Quignard nos socorre: Sucede que las orejas no tienen párpados . La
fidelidad no consiste en mantener siempre los ojos abiertos: la fidelidad es un
parpadeo. Si la vida virtuosa fuese un nudo, Ulises sería el héroe, y Houdini,
el villano. Por ahora no soy Houdini ni Ulises. Y nunca aprendí a tejer.
En un cuadro pop de Lichtenstein, un
personaje lamenta: «Cuando dije ‘hasta que la muerte nos separe’, nunca soñé
que la vida fuera tan larga». Hay que ser o arrogante o ingenuo para creer que
una mujer se va fijar en ti y sólo en ti durante toda su vida. U optimista. O
idiota. O Ulises.
Bendito sea el verbo confiar. Confiar que
el nudo de Ulises resista el canto de las sirenas. De lo contrario quedan dos
caminos: 1. Ser un cornudo voluntario pero selectivo. Es decir, convertirte
en swinger e intercambiar tu pareja con otros y otras
como un antídoto contra una peor infidelidad. 2. Ser un cornudo involuntario
pero tolerante con la naturaleza de ser infiel. Hacerte de la vista gorda, un
pacto de silencio para no amargarse la vida con falsos testamentos. Saber que
algunas veces sucederá, pero ser discreto con tu media naranja (¿existe de
verdad una media naranja? Y si fuese así: ¿cómo sabes que alguien es tu media
naranja si en toda tu vida no has conocido más de una docena?). La opción del
cornudo involuntario es la favorita. Es también el miedo a la libertad.
¿Alguien puede demostrar que no es un asesino hasta no haber pasado una
situación real para jalar el gatillo? ¿Quién puede demostrar que a la vuelta de
la esquina no habrá otra media naranja por conocer, aunque en apariencia sea
menos redonda, menos jugosa, menos saludable?
Al fin y al cabo, antes del canto de las
sirenas y de volver a casa, el propio Ulises había sido seducido por la
hechicera Circe y hasta le hizo un hijo. ¿Acaso alguien recuerda infiel a
nuestro ejemplar Ulises? Luego hizo un nudo en el mástil. Hasta que la vida nos
separe.
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