Tener
una edad ya no es lo que era. Unas etapas -juventud, edad adulta y vejez- se
han estirado marcadas por el trabajo, el acceso a la educación y la mejora de
la alimentación, mientras otras -infancia, preadolescencia y adolescencia- se
han comprimido.
Los
grupos de edades han cambiado tanto en el último siglo que los que ahora tienen
80, pero también los de 30, son unos pioneros. "Están explorando
territorio desconocido, no tienen elementos de la tradición en los que
apoyarse", dice a Verne Pau
Miret, investigador del Centre d'Estudis Demogràfics de Barcelona (CED).
Estos
cambios en las etapas de la vida no han ocurrido de repente aunque la sociedad
tarde en asimilarlos. La esperanza de vida al nacer en 1900 en España era de 34
años (la alta mortalidad infantil influía en que fuese tan corta). Los últimos
datos del INE, de 2014,
la situan ya en 80,1 años para los hombres y 85,6 en las mujeres.
Las
nuevas tecnologías aceleran el fin de la infancia
Los
niños antes recibían los conocimientos de forma vertical, a través de los
adultos, de quienes dependían emocionalmente. Ahora su acceso a la información
es horizontal de la manos de las nuevas tecnologías -televisión, tabletas y
móviles-, y su conocimiento del mundo es mayor. Esto se traduce en que su
periodo de dependencia emocional y de inocencia se acorta, como explica a Verne Almudena Moreno, socióloga de la Universidad
de Valladolid y coautora del Informe
de la Juventud en España 2012.
Los
avances en alimentación y medicina conllevan cambios biológicos como que la pubertad llegue de media un año antes. De la misma forma, "las nuevas tecnologías
están cambiando elementos cognitivos que modifican el cerebro", según la
experta. Es difícil señalar una edad precisa en la que el niño pasa a ser
preadolescente, pero Moreno maneja una encuesta sobre bienestar infantil que
hoy en día sitúa la línea en los ocho años.
"En
el aspecto inmaterial, los rituales de paso de la preadolescencia a la
adolescencia y de la adolescencia a la vida adulta se van comprimiendo; otra
cosa es que les interese mantener ese estatus de adolescente [equivalente a
ausencia de responsabilidades] durante más tiempo", explica la socióloga.
El inicio de las relaciones sexuales podría ser un indicador que marque el fin
de esa época y estas también se han
adelantado dos años de media.
Becas
para 'jóvenes menores de 40'
Cuando se deja atrás la adolescencia, en
esto de las edades "todo está muy relacionado con la evolución del mercado
de trabajo, con cuándo se inserta y sale uno", explica Miret. Hay tres
transiciones que marcan el fin de la juventud y el inicio de la edad adulta,
prosigue: la económica (valerse por sí mismo), la residencial (dejar la
vivienda de los padres) y la familiar (tener pareja y/o hijos). "Las tres
se están retrasando y y se siguen retrasando todos los años", explica.
Ya
no es extraño encontrar, por ejemplo, convocatorias de becas o concursos para jóvenes investigadores o artistas
menores de 40 años. Las encuestas oficiales de juventud
hasta 1982 estudiaban a los menores de 20 años. En 1985 el Injuve (Instituto de
la Juventud) aumentó la horquilla hasta los 30, pero ahora algunos organismos llegan hasta los 35.
"También hay hitos muy importantes,
por ejemplo -apunta Julio Pérez- que tus padres sigan vivos". Si a
principios de siglo una persona de 40 años estaba en el final de su vida, hoy
no solo es muy fácil que vivan sus padres, sino en algunos casos, hasta sus
abuelos. Este demógrafo y sociólogo del CSIC recuerda un ejemplo muy gráfico:
cuando fue a visitar a un hombre de 102 años en Menorca le recibió su hija de
82, alegre, con un vestido de lunares y los labios pintados. "La chica de
la casa".
El
periodo de juventud también dura más ahora porque los padres de esos jóvenes se lo pueden permitir y no se ven
obligados a trabajar antes, según Pérez. La prolongación de los años de
formación influye también este alargamiento. A lo largo del siglo XX se ha
visto cómo aparecía y se extendía la educación obligatoria. Ahora ya no solo es
habitual hacer una carrera universitaria, sino que es más frecuente hacer
también un máster o un doctorado.
Los
mayores de hoy no son los ancianos de antes
"Casi todos los cambios en
demografía tienen que ver con la buena alimentación", afirma Julio Pérez.
Los adultos de hoy cuando llegan a la tercera edad no son como los de antes. No
porque ahora se les cuide más o tengan más protección del Estado, sino porque
ha cambiado su vida anterior, antes de llegar a la vejez y entran en esta etapa
en mejores condiciones económicas y de salud, según el experto.
De
todas formas, aclara el demógrafo, "en el saco de los mayores se mete a
gente con historias muy distintas: los que trabajaron como torneros no llegan
igual que los que trabajaron en el sector servicios".
Y luego está "el gran cambio, el de
verdad", que es el que se ha dado en las mujeres, que empezaron a ir a la
universidad en los 60 y 70. "Han sido innovadoras, revolucionarias" y
de su mano llegarán las transformaciones demográficas más radicales en el
futuro.
Pero
volviendo al presente, ¿se puede llamar "anciana" o "vieja"
a una persona de 75 años? "Se considera que una persona entra en la vejez
cuando ha dejado de trabajar. Le damos el carnet de la tercera edad y otras
prebendas por el hecho de ser 'persona mayor', que no es más que un
eufemismo", explica contrariado Miret. "Deberíamos encontrar palabras
distintas a ancianos".
Recuerda
que cuando en 1967 se universalizaron los 65 años como la edad de la jubilación
a una persona le quedaban solo seis o siete años de vida autónoma por delante.
Hoy puede tener dos décadas más, 10 años con autonomía y otros 10 con alguna
dificultad pero no impedida. En las
estadísticas del INE, los indicadores de mortalidad en 1975
agrupaban las franjas de edad "hasta 85 años y más", mientras a
partir de 1991 se ampliaron algunas tablas "hasta 100 años y más".
"Tendría que haber cambiado nuestra
concepción de las personas mayores, pero socialmente no ha cambiado tanto. Lo
vemos en profesionales prejubilados a partir de los 50 años", dice Miret.
Las
nuevas edades del hombre
Pérez insiste en que hacer una foto fija
en demografía es muy complicado y que hablar de edades es "tramposo",
porque los 50 años de hoy no serán los mismos que los 50 años de los niños que
nazcan hoy.
Tanto él como Miret observan con
atención el envejecimiento de la pirámide de población y los cambios que se
están produciendo, pero no como algo negativo.
La edad adulta -apróximadamente, de los
40 a los 65- tendrá que cambiar y aumentar también, opina Miret. A los 40 años
hace un siglo se era viejo y ahora se es joven. "Reciben mucha presión
laboral, social y familiar, y el apremio sobre la fecundidad ha aumentado
también de una manera terrible. Habrá que disminuir la carga sobre esta
población y alargarla para después", dice Miret. Mientras el Estado provee
el sistema educativo para la juventud y el de sanidad y las pensiones para los
mayores, a los adultos "les ha dejado solos" y están, en opinión de
este experto, "sometidos a un estrés brutal".
Antes de despedirse -sin ánimo de
complicar más las cosas, asegura él-, Pérez desliza que no solo han cambiado
las edades, sino que ya ni se puede hablar de etapas de la vida. "Empieza
a haber sociólogos que dicen que todo ha estallado, que todo esto de pensar en
los ciclos de vida es cosa del pasado. Puedes vivir con tus padres y tener
pareja, o tener pareja pero vivir independientemente".
"¡Que ya tienes una edad!", reñía un padre
cada vez que consideraba que su hijo veinteañero no estaba siendo lo
suficientemente adulto. "¡Pues claro que tengo una edad, todo el mundo
tiene una edad!", respondía él irónico porque, hablando en plata, tener
una edad ya casi no significa nada.
N.R. Algo similar ocurre en Bolivia.
N.R. Algo similar ocurre en Bolivia.
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