En Bolivia, después de descubierto el “cerro que manaba plata”, en 1545,
se concentraron en Potosí, junto a virreyes y capitanes generales, cientos de
tahúres profesionales y prostitutas célebres, a cuyos salones lujosos
concurrían los conquistadores. domingo, 01 de marzo de 2015 Diario Página Siete L.P.
La prostitución de las mujeres tan antigua como la mercancía, con valor
de uso y de cambio, una
profesión ejercida generalmente por las mujeres
provenientes de los estamentos sociales más bajos, una de las manifestaciones
del desplome aterrador de la dignidad humana y los valores morales.
Los hombres, en el pasado, no consideraban indecente el oficio de la
prostitución, porque ya entonces, como en la actualidad, eran ellos quienes
controlaban la superestructura social, donde las mujeres no tenían acceso sino
como hetairas o amantes. Así, en los países orientales, la prostitución pública
de una mujer estaba admitida por todos.
En Babilonia, la orgullosa
ciudad de la Mesopotamia, se permitía que las jóvenes fuesen en peregrinación,
por lo menos una vez, al templo de la diosa Milita, para prostituirse en su
honor, al capricho de los hombres que acudían a raudales, con la intención de
descubrir los misterios del amor a través del contacto con una
"profesional del placer”.
Se consideraba una virtud pertenecer a la orden de las sacerdotisas del
templo Istar -diosa de la fertilidad y la guerra-, y los propios reyes
dedicaban sus hijas a la vocación sacerdotal, cuya principal función era servir
de prostitutas sagradas en las grandes festividades.
Las hetairas, mujeres que elevan la práctica del amor a la categoría de
arte, fueron autoras propias de tratados sobre dichas prácticas, pudiéndose
enunciar los tratados de Artyanassa, vieja servidora de Helena, de Filenis de
Samos y los de Elefantis. []No en pocas ocasiones, el erotismo literario va
asociado a la comedia o se asocia con la sátira y la crítica social.
En las religiones y sistemas de creencias siempre está presente el
erotismo, aunque se lo puede encontrar en dos facetas aparentemente opuestas.
Por ejemplo, en el cristianismo católico los textos místicos de San Juan de la
Cruz y "Las Moradas” de Santa Teresa de Ávila poseen una retórica llena de
un sublimado erotismo dirigido a la deidad, mientras que en otras religiones,
como la de los fenicios y mesopotámicos, existía una prostituta sagrada que
llegó a la Grecia clásica.
En la Roma antigua se hace
notorio el contraste entre la "lujuria”, con abundante arte erótico y
directamente pornográfico, y la severa castidad y virginidad impuesta a las
vestales. Tales antinomias dentro de un mismo sistema religioso se evidencian
también en el hinduismo, donde existen movimientos promotores de las más
rigurosas ascesis opuestas a lo libidinoso junto a exaltaciones de la
sexualidad, como ocurre con el conocido texto del Kamasutra o las imágenes de
templos como los de Suria y Khajuraho.
Lujuria y erotismo en las antiguas culturas
En la antigua Grecia se
establecieron también casas públicas, con mujeres que vivían del comercio
sexual. Solón las introdujo en Atenas el año 592 antes de la era cristiana,
como apéndice de las instituciones del Estado; hecho que fue elogiado por sus
contemporáneos en los siguientes términos: "¡Loor a Solón por haber
comprado mujeres públicas para la depuración de las costumbres y sosiego de una
ciudad poblada de jóvenes robustos, que sin tan sabia fundación perseguirían
con sus galanteos descarados a las mujeres de las clases principales!”. En
Lidia, Cartago y Chipre las jóvenes
tenían, por su parte, el derecho a prostituirse para ganarse la dote.
En la cuenca del Mar Mediterráneo,
ya fuera en el antiguo Egipto o entre los pueblos semíticos, solía considerarse
ya como una desnudez el hecho que las mujeres mostraran en público su
cabellera; la ocultación de la cabellera femenina también existió, aunque más
moderada, en la antigua Grecia.
En la Roma clásica se
distinguía a la mujer que no era lupa (lupa = "loba” = prostituta) porque
llevaba en público sus cabellos o bien cubiertos o recogidos en un rodete; en
el antiguo Egipto se consideró un acto de desnudez femenino el hecho que la
mujer exhibiera su cabellera natural, pero como era común que los egipcios y
las egipcias se decalvaran por cuestiones de higiene extrema, el uso de pelucas
por parte de las mujeres era altamente erótico y las mujeres semidesnudas con
peluca excitaban como si estuvieran desnudas.
La semidesnudez erótica entre los antiguos egipcios ha sido común en
pinturas y estatuarias en las que aparecen representadas bellas mujeres
vestidas con tules u otras ropas sutiles de hilado con lino, cuyas
transparencias permitían observar gran parte del cuerpo femenino.
Para el egipcio común, como
para los habitantes de otros pueblos, la mujer saliendo vestida de las aguas,
aunque con sus ropas mojadas ciñéndole el cuerpo y mostrando la mayor parte de
sus curvas, ha sido una semidesnudez que se reiteró más de 3.000 años después
entre cierta élite francesa en tiempos previos al Imperio Bonapartista: la moda
estilo imperio precedió al mismo Napoleón I entre las mujeres, las cuales para
evidenciar su belleza corporal llegaron a humedecer sus ropas en el bastante
poco apacible clima parisino, lo cual dio lugar a un síndrome de resfríos,
gripes, neumonías, etc., que fue llamado "enfermedad de las muiselinas” o,
recordando a la promiscua emperatriz romana, de las muselinas.
Si en la antigua Grecia y
Mesopotamia la prostitución formaba
parte de las tareas del templo, y todas las mujeres participaban en ellas antes
del matrimonio como un tipo de ritual religioso, en la cultura incaica existían
doncellas que, a tiempo de adorar a los dioses, satisfacían los impulsos
sexuales del Inca.
Se admitió también la existencia de "pampayrunas” (prostitutas),
quienes vivían aisladas en el campo y dedicadas al comercio sexual. Además,
como las costumbres sexuales americanas eran más libres y variadas antes del
arribo de los conquistadores, entre los mayas estaba permitido que los varones
llevaran prostitutas a sus casas.
En Bolivia, después de
descubierto eel "cerro que manaba plata”, en 1545, se concentraron en Potosí,
junto a virreyes y capitanes generales, cientos de tahúres profesionales y
prostitutas célebres, a cuyos salones lujosos concurrían los conquistadores que
no sabían en qué despilfarrar los lingotes de oro y plata.
En la Europa medieval, la
prostitución gozaba de una organización gremial, como cualquier otro oficio, y
en cada ciudad existía una casa de mujeres bajo el control de las parroquias,
en cuyas cajas ingresaban las ganancias de la prostitución. Además, en ese
tiempo, las mujeres pobres del campo acudían a las grandes urbes en busca de
mejores condiciones de vida.
Alexandra Kollontai, en su libro La mujer en el desarrollo social,
sostiene lo siguiente: "Si no lo conseguían con su propio trabajo, se les
presentaba otro camino: vender sus cuerpos. Esta forma de ganar dinero estaba
tan difundida que las mujeres venales organizaron sus propios gremios en muchas
ciudades.
Estos gremios los legalizaban los regidores de la ciudad (es decir, los
habitantes que poseían carta de vecindad), y las prostitutas organizadas
perseguían encarnizadamente a toda mujer que se atrevía a prostituirse sin
pertenecer a las organizaciones legales aceptadas por los honorables consejeros
de la ciudad. Por eso era muy difícil ganar dinero como mujer libre
‘callejera’, fuera de las casas de muchachas, es decir, de los burdeles”.
Esto no implicaba que las prostitutas estuviesen a salvo de las
represalias desencadenadas por el clero. En los tenebrosos días de la
Inquisición y la Reforma fueron cientos, acaso miles, las que ardieron en las
hogueras, a pesar de que este acto de doble moral se había ya experimentado a
principios de la Edad Media, cuando Carlomagno, rey de los francos desde 768
hasta su muerte, dispuso que toda mujer prostituta fuese paseada desnuda y a
latigazos por las calles, mientras él mismo, como emperador de Occidente y
cristianísimo, poseía nada menos que seis mujeres a la vez.
La trata de blancas
A mediados del siglo XIX, los países que más se dedicaron a la trata de
esclavas blancas fueron Alemania y Austria. Desde el puerto de Hamburgo se
exportó la mayor cantidad de mercancía viviente hacia América del Sur, Bahía y
Río de Janeiro, pero el lote más importante era destinado a Montevideo y Buenos
Aires, mientras una pequeña parte iba rumbo a Valparaíso, a través del estrecho
de Magallanes. Otra corriente dirigíase, sea por Inglaterra o por vía directa,
a América del Norte, donde competían con las prostitutas indígenas, y donde se
dividía, dirigiéndose, sea hacia el Oeste y California. Desde aquí seguían la costa
hasta Panamá, mientras Cuba, las Indias occidentales y México eran abastecidas
por Nueva Orleans.
Bajo el nombre de bohemias, otras jóvenes alemanas eran exportadas, a
través de los Alpes, a Italia, y de allí, más al sur, a Alejandría, Suez,
Bombay, Calcuta, Singapur, Hong Kong y Shanghái. Las Indias holandesas, el Asia
oriental y, sobre todo, el Japón, eran malos mercados, porque Holanda no
toleraba en sus colonias jóvenes blancas de este género, y en Japón las
muchachas del país eran demasiado hermosas y muy baratas.
La concurrencia americana por San Francisco contribuía igualmente a hacer
muy difíciles los negocios por dicho lado, mientras San Petersburgo y Moscú se
proveían de los mercados de Riga y otras ciudades del Báltico.
El comercio de esclavas blancas y el establecimiento de casas públicas
fueron cada vez más ascendentes, a pesar del sistema de reglamentación que se
introdujo en varios Estados europeos, con el propósito de registrar a las
prostitutas y así evitar la proliferación de la sífilis y otras enfermedades
venéreas. Esta reglamentación, a pesar de todos los esfuerzos y recursos,
fracasó en todas partes, debido a que ningún hombre se sometió a dicho control.
En el presente siglo, las mujeres del llamado Tercer Mundo, además de
sufrir diversos grados de explotación social, son explotadas sexualmente, ya
sea con sistemas del tipo "alquile una esposa”, a través de las compañías
financieras internacionales, los grupos bancarios que manejan los
hotel-burdeles y con la promoción del turismo mediante anuncios sexistas, donde
el cliente puede hacer el amor a crédito o pagar con tarjeta.
La pornografía infantil,
impresa o audio visual, es otra de
las manifestaciones de la prostitución y un mercado lucrativo, una industria
que se vale del cine, el video, la fotografía y el cómic, para comercializar
con el sexo de "mujeres-niñas”. Sólo en Japón, donde la industria
pornográfica ha superado en beneficios al poderoso sector del automóvil,
existen medio centenar de revistas que publican reportajes con fotografías de
adolescentes en trajes de baño o vestidas de colegialas en posturas ligeramente
eróticas. Los expertos deducen que el hombre japonés siente una gran fascinación
por la "mujer-niña” y que los comerciantes del sexo sacan partido de ello.
Prostitución y pornografía infantil
En
Estados Unidos, la prostitución infantil es consecuencia directa de
la pobreza y el consumo de drogas. Los cálculos sobre el número de prostitutas
menores de edad sitúan la cifra en más de un millón. Si se añade a quienes se
dedican al "sexo de supervivencia” (encuentros ocasionales, con el fin de
conseguir dinero para comida o droga), el número asciende al doble o triple.
Asimismo, existe medio millón de menores que son usadas en la producción
pornográfica, de las cuales muchas han sido importadas por la mafia desde
Puerto Rico, Jamaica, Venezuela, Colombia, Guatemala y México.
En Tailandia, el paraíso
sexual del turismo occidental, los traficantes ofrecen un préstamo a los padres
de las niñas de nueve y diez años, en tanto a las de 12 y 13 les ofrecen un
trabajo como camareras en restaurantes o como "bailarinas exóticas”.
Pero, una vez en manos de los proxenetas, que controlan el mercado del
sexo, son vendidas a los burdeles de Bangkok, Pattaya y otras ciudades del
interior; mientras a las más hermosas las venden al extranjero, a Japón,
Estados Unidos, Europa y Canadá, burlando el control de las autoridades que
rastrean la pista de los tratantes, quienes engañan a campesinos tailandeses y
compran a sus hijas por adelantado, para luego comerciar con ellas en lugar de
proporcionarles el "trabajo decente” que prometieron a la familia.
En los pueblos del norte, junto a la frontera con Birmania, no queda ni
una sola niña, porque han sido vendidas por sus padres o maridos con un
contrato como sirvientas a propietarios de burdeles. Pero los traficantes de
niñas, tras agotar las reservas tailandesas, han extendido sus zonas de
reclutamiento a Birmania, Laos y China.
Y, aunque se sabe que el Gobierno
birmano encierra en prisiones, o incluso asesina, a las prostitutas que vuelven
infectadas con el VIH de Tailandia, los
proxenetas siguen dedicados a su profesión lucrativa: vender servicios sexuales
de niños y ofrecer a buen precio la virginidad de una niña birmana o laosiana.
La prostitución infantil no sólo está constituida por las niñas que son
vendidas ilegalmente, sino también por aquéllas que huyen de sus hogares o
abandonan sus aldeas en busca de mejores condiciones de vida. Algunas caen en
la prostitución víctimas del secuestro o el engaño de los proxenetas dedicados
a la trata y tráfico de personas.
Las niñas prostitutas del Tercer Mundo
En Filipinas, las niñas pobres
acaban en la prostitución, en esos recintos a media luz de las grandes urbes,
donde el precio del servicio de las niñas es tres o cinco veces más que el de
las prostitutas mayores de edad; en Tailandia, un país de más de 65 millones de
habitantes, 900 mil de sus connacionales
frecuentan alguna de las miles de casas de citas registradas en los archivos
policiales, sobre todo en la capital, conocida como el burdel más grande de
Asia.
En Tailandia, el "país de
las sonrisas”, se venden cada año aproximadamente 2.000 niñas a los burdeles
para el disfrute de millones de turistas europeos, americanos y japoneses. El
Gobierno reconoce una plantilla de más de un millón de prostitutas, pero otras
organizaciones no gubernamentales hablan de cifras superiores, distribuidas en
casas de masajes, peluquerías, bares o ejerciendo la actividad en las calles de
las principales ciudades.
Los nuevos centros mundiales de la prostitución infantil son Vietnam,
Camboya, Laos, China, México, Puerto Rico, Brasil, la República Dominicana y
los países del antiguo bloque soviético. Pocos rincones del mundo son inmunes a
la irrupción del comercio del sexo. En los pueblos del Himalaya nepalí cada año se venden unas 12.000 adolescentes
que van a parar en los burdeles de Bombay; mientras las africanas, que aprenden
a hablar una Babel de idiomas para vender su sexo, acuden en grupos a Bolonia y
al Sur de Europa.
Tras el estrepitoso desplome de los países del Este, se ha producido un
éxodo de mujeres que acuden a Occidente, con la esperanza de salvarse de la
pobreza y obtener beneficios. La Policía dice que una cuarta parte de las 500
mil prostitutas que existen en Alemania proceden del antiguo bloque del Este.
Incluso en el puritano Oriente Próximo todas las semanas aterrizan vuelos
chárter de mujeres rusas, polacas y checas en el aeropuerto de Dubai, donde se
ofrecen como azafatas rubias, extravagantes y de ojos azules.
Aparte del comercio con mujeres extranjeras, que llegan a Europa
engañadas por los traficantes que controlan la prostitución organizada, se han
creado agencias para promover los llamados "matrimonios de compra”, en los
cuales los hombres occidentales "encargan” una mujer de algún país del
llamado Tercer Mundo, con el fin de someterla a una suerte de semiesclavitud.
Para los comerciantes ricos de los países ricos, las mujeres no sólo
ocupan un lugar secundario, sino que, al mismo tiempo, las usan como objetos
sin alma ni cerebro, junto a los productos que ofrecen al consumidor.
En los burdeles de Ámsterdam, París, Berlín, Bangkok o Manila, las
exhiben en escaparates lujosos para que el cliente pueda elegir la que más le
agrada, como si fuese un vestido, una botella de whisky o un pedazo de jamón.
En los anuncios comerciales, donde se muestran jóvenes esbeltas y semidesnudas
decorando un coche o un artefacto electrodoméstico, son un detalle más para
vender el producto en el libre mercado de la oferta y la demanda.
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